Por: Rebeca Avila

¿Un mundo nace cuando dos se besan? Y otras especulaciones

Tierno, intenso, palpitante, sucio, húmedo, obsceno, amoroso, íntimo, insulso, ardiente, invasivo, dulce. Son sólo algunas de las infinitas palabras para definir un beso, aquello que nos da más proximidad física – y emocional – con el ser deseado – y o amado -.

La importancia de esta expresión social presente en la mayoría de las culturas del mundo desde hace miles de años, ha significado objeto de inspiración de diversas artes, como la literatura, la pintura o la escultura - más recientemente de la fotografía y el cine-. Y de estudio por parte de la psicología, la etimología, la antropología y la biología. Incluso, tiene ya su propia rama, llamada filematología.

Cada una de estas ciencias, se apoya o diverge una de otra con sus variables teorías. Por ejemplo, mientras algunos estudios dicen que la acción de besar está presente en casi el 90 por ciento de las culturas, otros argumentan que sólo el 46 por ciento reconoce el beso – romántico – dentro de sus costumbres, excluyendo a varias poblaciones de África y Oceanía.

Darwin publicó La expresión de las emociones en el hombre y los animales, un compendio donde demostraba que las emociones más básicas no son propias del ser humano, sino que tienen semejanza con el comportamiento de las especies animales. Entre las muestras de afecto que menciona, está el besar, el cual, concluye, pudo ser precedido por otros acercamientos que propician el contacto físico con el rostro y de este modo, arguye que besar es una condición innata de los humanos relacionada con el afecto y más concretamente con el placer que produce.

Otra postura es la que emite la antropóloga Helen Fisher, quien asegura que besar es un poderoso mecanismo de adaptación, ya que según ella es parte de una evaluación hacia una potencial o desastrosa pareja. Un beso satisfactorio es tan sólo el inicio de lo que ella llama las tres clases -etapas- de amor: la lujuria, el amor romántico y el apego.

Por otro lado, hay algunos especialistas como Donald Marshall y Christopher Nyrop que advierten que el beso es una apropiación cultural, ya que en algunos lugares como Polinesia y Madagascar este acto no era conocido, en ninguna de sus formas, por lo menos hasta finales del siglo XIX. Del lado de la psicología, los psicoanalistas plantean que besar, surge, hace miles de años, del primer contacto de la boca del neonato con el pezón de la madre; del concepto de nutrir y la satisfacción que conlleva al vínculo emocional que propicia el contacto físico de madre e hijo, donde inclusive, la interacción visual juega un papel relevante.

La literatura por su lado nos muestra desde cuándo es importante el beso: en la India se encontraron los primeros vestigios, no de la palabra beso como tal, pero sí de la acción de juntar los labios con sus diversas variables. Luego aparece el beso para socializar en la cultura griega. Muchos siglos más tarde en las costumbres romanas y así hasta llegar a la literatura europea que se extendió por el mundo.

Sea cual sea el origen del beso, lo cierto es que la apropiación colectiva que tiene esta práctica afectiva cotidiana ha sido esencial en la historia evolutiva, social y cultural de la humanidad. Igual puede significar respeto que deseo. Pero nace de la necesitad de sentir al otro, de saborear al otro, de oler al otro. No sólo se besan los labios, se besa el cuerpo y con suerte, en el sentido más poético, el alma, el corazón, el cerebro. En palabras de Eduardo Galeano, Todos somos mortales hasta el primer beso y la segunda copa de vino.