El Protocolo de Montreal o cómo reaccionar a la catástrofe

Por: Federico Ricalde

El 16 de septiembre de 1994, la ONU instauró esta fecha como el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono. Todo comienza en los años setenta cuando un grupo de científicos, entre los que se encontraba el mexicano Mario Molina, se propuso investigar el destino que tienen ciertos químicos industriales que son liberados a la atmósfera, en particular, los clorofluorocarbonos.

Clorofluorocarbonos: compleja palabra que denota una sustancia de lo más cotidiana. Se encuentra en los gases que impulsan los aerosoles, en los gases usados en los aparatos de refrigeración, en disolventes para limpiar equipos electrónicos y en aislantes térmicos. Es invulnerable a la luz visible, prácticamente insoluble en agua y resistente a la oxidación, características que le permiten viajar sin mayores alteraciones por las capas bajas de la atmósfera.

El problema con los clorofluorocarbonos tiene lugar cuando, impulsados por los vientos, logran alcanzar mayores alturas e irrumpen en regiones estratosféricas ricas en moléculas de ozono. En estas zonas deben enfrentarse a la radiación ultravioleta proveniente del Sol, encuentro del que inevitablemente salen descompuestos en átomos de cloro. Lo trágico es que el cloro es un depredador natural del ozono: es tan agresivo que un solo átomo de cloro puede arrasar con cien mil de estas moléculas.

Las consecuencias de esta destrucción pueden ser catastróficas. El ozono absorbe la radiación ultravioleta dañina evitando que ésta irradie la superficie terrestre. Una menor cantidad de ozono en la estratósfera implicaría un aumento en la frecuencia y severidad de enfermedades como el sarampión, el herpes, la lepra, la malaria, la varicela, cataratas en los ojos y el cáncer de piel.

El reconocimiento de una potencial destrucción de la capa de ozono fue pronta y eficaz. En 1985, científicos ingleses dieron pruebas de una disminución drástica de los niveles de ozono en el continente antártico y un pronóstico desolador si esta destrucción mantenía el mismo ritmo. Dos años después, se acordaba el Protocolo de Montreal, acuerdo que numerosas naciones firmaron para reducir la producción de clorofluorocarbonos y, de este modo, reducir el daño que la actividad humana ha ejercido sobre la capa de ozono.

Tras treinta años de compromiso con este tratado, hay evidencia del aumento sostenido de los niveles de ozono en el continente antártico y una estimación que sugiere su total recuperación para el 2050. El éxito parcial del Protocolo de Montreal es de celebrarse. Muestra que la comunidad internacional puede reaccionar de manera efectiva frente a un problema común. Pero también, y quizás más importante, ofrece una prueba de que las acciones del hombre pueden tener consecuencias catastróficas, pero también benéficas para el medio ambiente a corto plazo.