Por: Redacción Gacata 22

Momentos musicales de la cinematografía nacional

En 1994, la revista Somos se propuso la monumental tarea de enlistar las 100 mejores películas de la filmografía nacional para celebrar la publicación de su número 100; el conteo convocó a expertos, realizadores, críticos y estudiosos, y en él se contemplaron las producciones realizadas entre 1919 y 1992. La lista se ha convertido en un referente y en junio del 2020, el portal Sector Cine se dio a la tarea de actualizar el ranking para incluir las películas realizadas desde el 92 al 2020, pues se trata de tres décadas en las que el cine nacional ha dado lugar a nuevas narrativas y nuevos narradores, y de forma reciente, se ha visto afectado por el cambio en las lógicas de la industria audiovisual con el explosivo éxito de los servicios de streaming; además, cerrar el conteo en el año pandémico fue una forma de hacer hincapié en el hecho de que el cine, como tantos aspectos vitales y culturales, no volvería a la “normalidad”.

En este Pantalla sonora echamos mano de esa lista de las 100 mejores películas mexicanas para compilar algunos de los momentos musicales de la cinematografía nacional, esto con motivo de la conmemoración del 15 de agosto, el Día Nacional del Cine Mexicano. No sin arbitrariedad, como sucede con todos los conteos, este recorrido musical arranca con el cine silente y llega hasta algunas producciones recientes, marcadas por los tiempos del streaming y la pandemia apenas acaecida.

Revista -Somos- 1994
Revista "Somos: Las 100 Mejores Películas Del Cine Mexicano", julio 1994.

El automóvil gris (1919)

La película de Enrique Rosas es uno de los pocos metrajes que se conservan del cine mudo realizado en nuestro país y, además, esta joya representa también un antecedente a las narrativas actuales que conjuntan documental y ficción: para este filme que sigue la pista de una de las bandas delictivas más famosas de la Ciudad de México en tiempos del Porfiriato, Rosas filmó tanto escenas ficticias como la ejecución real de los bandidos con la que cierra su película. Con motivo de su centenario en el 2019, la Filmoteca de la UNAM restauró la película, sin embargo, la música original está desaparecida y para su exhibición, el pianista José María Serralde Ruiz compuso una partitura, a partir de investigación músico-historiográfica de la prensa y fuentes musicales de la época, que logra evocar con sus sonidos aquel 1919.




Santa (1931)

La historia de Federico Gamboa sobre una jovencita que, tras ser ultrajada por un donjuán, sufre el rechazo de su familia y se ve orillada a trabajar en un prostíbulo fue llevada al cine en 1931 por Antonio Moreno. El filme se considera el primero en México con sonido sincrónico a la imagen y contó con las actuaciones de Lupita Tovar y Carlos Orellana. Esta película que representa un parteaguas para la industria cinematográfica en México fue musicalizada por el gran Agustín Lara, un éxito de la industria musical que incursionó en el cine no sólo como compositor e interprete sino también como actor.




Enamorada (1946)

El romance entre Beatriz (María Félix) y el general Reyes (Pedro Armendáriz) se gesta en medio de los turbulentos tiempos de la Revolución mexicana. Ella es hija de uno de los empresarios que se oponen a la toma de Cholula por parte de las tropas zapatistas y a pesar de que en un primer momento no deja de manifestar su repudio por el general y lo que representa, su corazón cede a los sentimientos que ella aviva en José Juan Reyes. Dirigida por Emilio Fernández, la cinta es una de las más emblemáticas de la Época de Oro del cine mexicano y la escena en la que José Juan lleva serenata a Beatriz destaca por la genial fotografía de Gabriel Figueroa, quien capturó la belleza de la mirada de María Félix, inmortalizada al compás del Trío Calaveras interpretado La Malagueña.




Nosotros los pobres (1947)

Uno de los motivos por excelencia del cine nacional: la pobreza y la marginalidad. Este drama urbano dirigido por Ismael Rodríguez y protagonizado por el grande de grandes, Pedro Infante, nos ofrece el retrato de un hombre humilde y honrado que se dedica a la carpintería, cuida de su sobrina Chachita y embelesa con canciones a su novia La Chorreada; de ese idílico romance la memoria conserva el recuerdo de Pepe El Toro conversando con su Chorreada a silbiditos, una declaración de amor que se cristaliza con la interpretación de Amorcito corazón por Infante.




El rey del barrio (1949)

Tin Tán interpreta a un astuto ladrón, no tanto por el éxito de sus atracos, sino por mantener bajo sus órdenes a un cuarteto de malandros a quienes hace creer que fue el líder de una pandilla de matones en Chicago, Illinois. El rey, como lo llaman en el barrio, es en realidad una especie de Robin-Hood urbano, un Chucho el roto que pone en manos de los pobres los pocos pesos mal habidos que logra obtener. Cuenta con el favor de todas las mujeres, menos de Carmelita (Silvia Pinal), una bella joven que acaba de mudarse a la vecindad junto con su tía y que le rehúye por orgullo. Sin duda, es inmortal aquella escena en la que Germán Valdez canta Contigo ahogado en rompope, subiendo y bajando los escalones del pórtico de Carmelita.




Víctimas del pecado (1950)

Se dice que la mujer en el cine de oro mexicano o es una santa, mujer amada y abnegada, o una mujer de la calle, el cabaret y la noche. Sin duda, uno de los momentos musicales obligados de la cinematografía nacional es el estelarizado por las rumberas con sus voces tremendas, exóticos bailes y sensuales vestuarios. Entre esas historias está la de Violeta (Ninón Sevilla), una fichera que adopta al niño que una de sus compañeras ha tirado a la basura y para poder salir adelante con él, se da a la vida de la calle. Aunque Violeta conoce a un buen hombre que la ama, le da un hogar a ella y al pequeño, y la convierte en la estrella de su congal La máquina loca, la lección de la película parece ser que el destino es cruel con esas vidas llevadas en el pecado o que para ellas no puede haber final feliz.




La fórmula secreta (1965)

Ajeno a la visión imperante del cine de su época, este mediometraje de Rubén Gamez, reivindicado no hace mucho como un clásico y predecesor del cine experimental del país, cuestiona a través de sus imágenes múltiples estereotipos culturales de la llamada identidad mexicana, como la figura del padre y la madre, la servidumbre atávica o la imposición de la religión católica, a la par que muestra cómo se compromete a la patria al abrir paso a la economía y el modo de vida norteamericanos. Para este filme, Rulfo escribió un texto que es leído por Jaime Sabines: “Ustedes dirán que es pura necedad la mía / que es un desatino lamentarse de la suerte / y cuantimás de esta tierra pasmada / donde nos olvidó el destino…”; la cinta, además, ganó en 1965 el primer y último Concurso de Cine Experimental. Sus fotogramas son acompañados por composiciones de Vivaldi, Stravinsky y Velázquez.



Los Caifanes (1966)

En la Ciudad de México de los años 60 tiene lugar un peculiar encuentro: una joven pareja de clase alta (Julissa y Enrique Álvarez Félix) acaba de salir de una fiesta y bajo la lluvia, entre jugueteos y escarceos amorosos, se topa con Los Caifanes, un grupo de jóvenes de la clase popular que los lleva a dar un paseo nocturno por cabarets, funerarias, fondas y plazas públicas. Caifán es el que las puede todas, como dice El Azteca (Ernesto Gómez Cruz), y para muestra el juego que Capitán Gato (Sergio Jiménez) orquesta en la funeraria, en el que propios y ajenos coquetean un rato con la muerte cubriéndose con túnicas negras y ocupando cada cual un ataúd, en tanto que El estilos (Óscar Chávez) entona El pájaro y el chanate.




El lugar sin límites (1977)

“Debajo del cielo está el infierno y debajo del infierno está el lugar sin límites” y sin duda, siempre hay lugar para esta cinta de Arturo Ripstein. Protagonizada por el ya entonces inmortal Roberto Cobo (por su papel como El Jaibo en Los Olvidados de Buñuel) con un personaje también memorable, La Manuela; Gonzalo Vega como Pancho, un tóxico macho mexicano; y Ana Martín como La japonesita, fruto de un desliz de La Manuela. Esta historia representa un cuestionamiento frontal a la norma y moralina heterosexual y también una denuncia a las injusticias que se perpetran en su nombre. Escena de escenas de la filmografía nacional esa en la que Cobo y Vega funden sus cuerpos en un baile coronado por un beso.




Veneno para las hadas (1985)

Esta cinta del llamado maestro del terror mexicano, Carlos Enrique Taboada, hace de una tierna niña la encarnación de lo maléfico, pues a su decir, ella es una bruja. Se llama Verónica y es huérfana, vive con su abuela y su nana, a quien le debe toda su imaginería sobre la brujería; al conocer a Flavia en la escuela, una niña de familia acomodada, ve la oportunidad de dar vuelo a sus caprichos y atemoriza a la pequeña echando mano de casualidades con las que da muestra de sus poderosas dotes de hechicera. La música de la cinta, como de cuento de hadas en claro contraste con la oscuridad de la trama, fue compuesta por el músico mexicano Carlos Jiménez Mabarak.




Danzón (1991)

Muestra del nuevo cine mexicano bajo la dirección de María Novaro, quien ofrece una historia en la que el canónico rol femenino es desplazado y su protagonista emprende un viaje que la lleva a descubrirse a sí misma. Su nombre es Julia (María Rojo), mujer divorciada y madre soltera que endulza sus días yendo a bailar Danzón al Salón Colonia; un día, su pareja de baile, Carmelo, desaparece, y con la intención de buscarlo, Julia viaja a Veracruz, punto de encuentro de los mejores danzoneros del país, donde cree que podría encontrarlo. En su pesquisa se hace de la amistad de la pensionista doña Titi, de Colorada, una trabajadora sexual, y de La Susy, un travesti que se vuelve su incondicional.




Perfume de violetas (2001)

De nuevo una mujer detrás de la cámara, Maryse Sistach, y esta película basada en hechos reales que denuncia la violencia que padecen las mujeres en las zonas marginales del país. Las protagonistas de esta historia son Yessica (Ximena Ayala), una adolescente problemática de bajos recursos, y Miriam (Nancy Gutiérrez), compañera suya en la secundaria a donde recién ha llegado; las jóvenes se hacen amigas y comparten experiencias, aventuras y secretos, pero la vida les da un vuelco cuando Yessica es abusada por el amigo de su hermanastro y la madre de Miriam desaprueba su amistad. La música del filme reúne a bandas de rock, ska, punk y surf, que conformaban la escena subterránea del momento, como Las Ultrasónicas, Salón Victoria, Lost Acapulco, Sakolofrío e Intestino Grueso.




Los insólitos peces gato (2014)

De la directora Claudia Sainte-Luce, el filme nos muestra a Claudia (Ximena Ayala), una joven huérfana que trabaja en un supermercado y termina en el hospital por una apendicitis. Allí conoce a Martha (Lisa Owen), una paciente en fase terminal, y a sus cuatro hijos. Ellas dos se vuelven cercanas y Claudia se vuelve parte de su familia. Entre cuidar a los más pequeños, trabajar, ir al hospital, escuchar los problemas de cada uno de los miembros del clan, además de unas vacaciones a su lado, Claudia estrecha con ellos sus lazos y vive a su lado el doloroso proceso que implica la inminente muerte de la matriarca. La música de la película estuvo a cargo de Madame Recamier.




Ya no estoy aquí (2019)

Esta cinta de Fernando Frías arrasó con los premios Ariel en el 2020 y fue una de las favoritas para representar a México en la 93 entrega de los Óscar. Además de ser una digna muestra del cine que se hace hoy en nuestro país, la cinta forma parte del nuevo fenómeno de exhibición y distribución audiovisual, pues no se estrenó en salas de cine sino a través de la plataforma Netflix. El filme nos traslada a la colonia Independencia en Monterrey, son los duros años de la guerra contra el narcotráfico y la violencia de los cárteles se suma a los padecimientos de las ya de por sí precarizadas vidas de la periferia. Ahí vive Ulises, un jovencito que es miembro de Los Terkos, un grupo que se ha dado su propia identidad a través de sus peinados y atavíos, así como a través del baile: ellos bailan kolombia y así se empoderan, la danza es su espacio de afirmación, el despliegue de la vitalidad de sus cuerpos, el sí que se dan a sí mismos, a sus vidas y su juventud. Un mal día, Ulises cruza su camino con el del cartel y tiene que huir a Estados Unidos; estando allá, es la cultura que se creó con sus amigos la que lo mantiene a flote.