Por: Redacción Gaceta 22

José Martí

“Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”; para bien o para mal. Lo dicho por el estandarte de la primera gran revolución cubana -aquella que proclamaba el fin de la esclavitud y el colonialismo, su independencia-, José Martí, en su ensayo Nuestra América, fue uno de los pensamientos más poderosos del siglo XIX acerca de la urgencia de independencia latinoamericana, no sólo de los pocos vestigios de colonialismo hispano y con la amenaza constante del avance estadounidense, sino de la unificación de los pueblos y la recuperación de su geografía desde el conocimiento de la misma.

El también llamado “el apóstol de la independencia”, nacido bajo el nombre de José Julián Martí Pérez, el 28 de enero de 1853 en La Habana, Cuba, representa una figura heroica no sólo en su nación, sino en toda América Latina. Se unió a la causa al terminar la tercera y fallida guerra cubana, conocida como la Guerra de los Diez Años, por su independencia de España, como uno de los pocos territorios que aún estaban sometidos al dominio de la corona junto a Puerto Rico y las Antillas.

Hombre letrado y culto, siempre vio a la educación y la cultivación intelectual como una herramienta en favor de las luchas por la libertad y la igualdad de condiciones y no como un móvil para perpetrar la represión del más débil; igual para aquellos que teniendo tan sólo un poco más que el resto están dispuestos a dar la espalda para no renunciar a sus pocos privilegios. Era el siglo XIX y Martí ya ponía sobre la mesa aquel fantasma que sigue más vivo que nunca, el clasismo, el mirar por encima del hombro al pobre y ensalzar a los dominios ajenos o extranjeros en aras de sentirse superiores, dar la espalda y sobajar a los verdaderos descendientes ancestrales de la tierra que pisan y subyugan.

Heredero de los principios bolivarianos -la abolición de la esclavitud, el republicanismo y la justicia social-, el pensador y libertador cubano, pasó más tiempo de su corta vida fuera de Cuba que dentro de ella, debido al exilio al que fue forzado por sus ideas rebeldes, y sin embargo es uno de los máximos personajes en la historia de la isla.

La vida y obra de Martí sucedieron en un ir y venir por varios países entre Argentina, México, Guatemala, España e incluso los Estados Unidos (Nueva York). En todos estos lugares, se dedicó a la ilustración de obreros y a publicar, por medio de la poesía, la narrativa, la crónica y el ensayo, entre otros, el pensamiento crítico y político en contra de los aparatos represores.

En el marco de su nacimiento, en este Librero te compartimos algunas de las obras más elementales de este pionero de la revolución cubana.

La edad de oro

Durante su estancia en Nueva York, Martí publica la revista infantil La edad de oro; aunque sólo tuvo cuatro números, estos fueron conjugados en una sola obra, consignada como un texto de iniciación identitaria para las infancias latinoamericanas, en la que se habla de los hombres que fincaron las ideas libertarias americanas, como Simón Bolívar, Miguel Hidalgo y José Francisco de San Martín; se entrecruzan cuentos, poemas y reinterpretaciones de los clásicos literarios.

“No habría poema más triste y hermoso que el que se puede sacar de la historia americana. No se puede leer sin ternura, y sin ver como flores y plumas por el aire, uno de esos buenos libros viejos forrados de pergamino, que hablan de la América de los indios, de sus ciudades y de sus fiestas, del mérito de sus artes y de la gracia de sus costumbres. Unos vivían aislados y sencillos, sin vestidos y sin necesidades, como pueblos acabados de nacer; y empezaban a pintar sus figuras extrañas en las rocas de la orilla de los ríos, donde es más solo el bosque, y el hombre piensa más en las maravillas del mundo. Otros eran pueblos de más edad, y vivían en tribus, en aldeas de cañas o de adobes, comiendo lo que cazaban y pescaban, y peleando con sus vecinos".

Las ruinas indias, La edad de oro


Versos sencillos

Una compilación de 46 poemas en los que Martí expresa su sufrimiento físico y espiritual, su parte de vida amorosa, pero también su compromiso con la causa de la independencia y la justicia social. En ella se entrama parte de su vida personal con sus consignas políticas a través de sus complejas vivencias; todo a través de innovaciones métricas y riqueza simbólica.

“Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.
Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.
Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.
Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto.
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto”.

Yo soy un hombre sincero, Versos sencillos


Nuestra América

Además del Manifiesto de Montecristi, documento oficial del Partido Revolucionario Cubano, antes, José Martí escribió otro manifiesto agitador, Nuestra América, publicado en La Revista Ilustrada de Nueva York, Estados Unidos, el 10 de enero de 1891, y en El Partido Liberal, México, el 30 de enero de 1891, en el que advierte, en especial al pueblo cubano, sobre lo que sucederá a su nación cuando se logren romper los lazos forzados con España, así como la importancia de la unión por las luchas sociales.

“A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre. Si son parisienses o madrileños, vayan al Prado, de faroles, o vayan al Tortoni, de sorbetes. ¡Estos hijos de carpintero, que se avergüenzan de que su padre sea carpintero! ¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? ¿El que se queda con la madre, a curarle la enfermedad, o el que la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de
la casaca de papel?”.

Nuestra América