Por: Arody Rangel

Los Papeles falsos de Valeria Luiselli

"Escribir: taladrar paredes, romper ventanas, dinamitar edificios.
Excavaciones profundas para encontrar ‒¿encontrar qué?‒, no encontrar nada.
Escritor es el que distribuye silencios y vacíos.
Escribir: hacerle hueco a la lectura.
Escribir: hacer relingos."

Valeria Luiselli, Papeles falsos

Entre lápidas en un cementerio veneciano o a bordo de un avión que está por aterrizar en la Ciudad de México, al vuelo sobre una bicicleta que deambula entre calles y aceras o en alguna habitación, propia o de alquiler pero siempre provisional, acontece la escritura de un volumen de ensayos narrativos publicados en 2010 por la mexicana Valeria Luiselli en la editorial independiente Sexto Piso. A diez años de ese su primer libro, la autora suma tres novelas y otro tomo de ensayo, una obra que le ha merecido diversos reconocimientos en el mundo literario y cultural, y que la coloca en el foco como una de las mayores promesas de las letras mexicanas.

En 2019 ‒el año previo a nuestra pandémica nueva normalidad‒ Luiselli publicó su novela Desierto sonoro, por la que figuró entre los favoritos para hacerse del Premio Booker de ese año y ganó la Beca MacArthur, que financia el trabajo de genios y creadores. En este Librero remontamos los pasos en la obra de la autora hacia aquel primer libro, Papeles falsos, que fue creado, como se nos confiesa en alguna de sus páginas, tras un lapidario encuentro entre la escritora y la tumba del pintor Joaquín Ramírez (1832-1866) ‒uno de los ilustres personajes cuyos restos mortales descansan en el panteón de San Fernando‒, leyó entonces el epitafio: “Artista insigne y malogrado dejó este mundo para ir a su verdadera patria”; la terrible idea de morir malogrado a la joven edad de 32 años detonó la escritura de estos diez ensayos, fue así que Valeria Luiselli robó la palabra, la hizo suya.

Filósofa de formación, la escritora nos sumerge en los lugares donde su pensamiento e imaginación han despegado, a raíz de diversos encuentros, hacia reflexiones donde se dan cita los derroteros de la historia de las ideas ‒la muerte, la identidad, el lenguaje‒, escritores como Marguerite Duras, Joseph Brodsky o Fernando Pessoa, al igual que filósofos como Walter Benjamin, Ludwig Wittgenstein o Gilles Deleuze; elementos a partir de los cuales entreteje sus ideas y nos comparte esas certezas a las que ha arribado entre viajes, territorios conquistados ‒montables y desmontables, haciéndose al deshacerse‒ en paseos, trayectos y lugares, en páginas de libros, frente al espejo o el rostro de los otros.

Así, en Venecia, por ejemplo, buscando en el cementerio de San Michele la tumba de Brodsky, Valeria Luiselli da con la idea de que todos los espacios que habitamos, a partir de la casa ‒o casas‒ de la infancia van a parar en esa morada última, la tumba o la urna, espacio que recoge el espacio que fuimos, el cuerpo que habitamos. Ahí mismo, en Venecia, una noche que quedó fuera del convento donde había alquilado una habitación, en esa ciudad libresca, perdida entre sus calles, acuciada por un dolor de estómago, resolvió sin más transformar su identidad: hacerse de la ciudadanía veneciana para conseguir un carnet médico y atender su malestar, una suma de Papeles falsos que dan cuenta también de esa otra identidad recién adoptada, la de ser escritora.

La Ciudad de México, leitmotiv de cronistas y poetas chilangos ‒de nacimiento o por vocación‒, aparece también entre estas páginas, accidentada como es, paradojal y errática. Una Mancha de agua, circundada por ríos y lagos, en su mayoría desecados, “que ahora sólo son avenidas de cemento y palabras baldías”, cuyo trazo, sin embargo, propicia lo que para la autora sería el único equivalente posible a la caminata de los peripatéticos en esta atormentada urbe de gente asfixiada en el transporte público o en automóvil en medio del tráfico: andar en bicicleta, actividad física y mental en la que la vista se recrea apaciblemente con el paisaje que va dejando atrás mientras la cabeza revolotea libre entre sus devaneos, quimeras o cuestionamientos.

En un paseo en bicicleta, entre las calles de la colonia Roma alguna tarde lluviosa, Luiselli se enfrasca en una disertación sobre las palabras a propósito de la inaccesible voz portuguesa saudade, una pesquisa sobre lo intraducible del lenguaje y de tener el coraje de robar la palabra ‒como hiciera Prometeo con el fuego‒, que va a parar en un encuentro con la melancolía y la nostalgia, y sus irremediables adeptos.

A propósito de estos paseos por la ciudad, la escritora nos habla de los relingos, esos espacios trapezoidales y triangulares que se encuentra uno por Paseo de la Reforma y que no tienen ningún propósito, son espacios sobrantes que resultaron de la ampliación de esta vialidad en los sesenta; despropositados y ruinosos, los relingos son la metáfora perfecta de la cabeza humana: ésta no es, como solemos pensar, un espacio que se va llenando de contenidos, que de a poco se va colmando, sino un duro bloque que a fuerza de aprendizajes y experiencias va siendo cincelado, “Levamos una caverna en proceso encima del cuello, pedazos que serán pedacería”.

Un portero de la residencia de estudiantes donde la autora pasó una temporada en alguna universidad estadounidense, la instaba cada noche, en compañía mutua fumando un cigarro ‒para él, un pequeño descanso de su jornada nocturna, para ella, la hora del regreso a aquella habitación provisional‒, a que regresara a casa lo menos posible, que multiplicara las experiencias de dormir en camas ajenas, de mirarse en espejos que no eran el suyo para en verdad llegar a conocerse a sí misma, ese mandato délfico al que el aprendiz de filosofía está llamado.

Lo que somos: un rostro que en sus muecas, gestos, marcas y líneas recoge su historia, da cuenta de sus procedencias ‒el entrecejo severo del padre, la mirada nostálgica del abuelo, dos líneas que hacen surcos de tanto enmarcar la sonrisa‒ y devenires, va haciéndose una identidad con el paso del tiempo, identidad que se resquebraja frente al espejo cuando de pronto ya no nos reconocemos, que se desdibuja también al correr de los años y se resuelve en el anonimato de nuestra última residencia, la morada sepulcral. Trayectos y lugares, relingos con un destino irremediable, y entre ese transcurrir, un rostro, un espejo: los Papeles falsos de Valeria Luiselli.