Por: Mariana Casasola

El cine y la libertad de la palabra

Derecho fundamental en la vida de toda persona, la libertad de expresión ha comprendido una de las luchas más longevas y extenuantes en la historia de la humanidad, un conflicto permanente que se ve reflejado en las más diversas manifestaciones del arte. El cine especialmente ha producido obras fundamentales dedicadas a señalar y denunciar esta batalla desde distintas perspectivas.

Como una de las formas de expresión y pensamiento de mayor alcance y popularidad en todo el mundo, el cine mismo ha estado sujeto a la censura en muchas maneras, épocas y latitudes. En la búsqueda por expresar temas que denuncian o que comprometen al poder en turno, incontables películas y autores se han topado con el muro de la intransigencia y el silencio forzado. A pesar de ello, se siguen realizando estas obras que nos permiten valorar la lucha de otros, y la propia, por seguir teniendo voz ante cualquier circunstancia.

En este Top #CineSinCortes revisamos algunas de las vertientes, variadas en nacionalidades y épocas, desde las cuales el cine ha visibilizado la importancia de debatir y defender constantemente ese derecho vital que yace en cualquiera de nosotros: a hablar, a reunirse, a escribir y publicar, en fin, a expresarse en libertad.


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La expresión y el pasado

Desde la Antigüedad la libertad de expresión le ha aportado capítulos revolucionarios a la historia. En el cine podemos encontrar retratos de personajes fascinantes que precedieron las batallas más importantes para que hoy la mayoría de las sociedades consideren un derecho fundamental a la expresión. Comenzando por la libertad de difundir el conocimiento por revolucionario que sea, una de esas figuras es el pensador italiano Galileo Galilei, que cuenta con varios retratos cinematográficos entre los que destaca la película de Liliana Cavani, Galileo (1969), que aunque no es históricamente exacta, sí refleja correctamente las tensiones entre el poder religioso y las libertades individuales que este pensador enfrentó en su época. Otro ejemplo valioso es Ágora (Alejandro Amenábar, 2009), basada en la vocación docente, atea e intelectual de Hipatia de Alejandría, una filósofa de finales del siglo IV y principios del V, una época en la que el cristianismo comenzaba a imponerse como religión oficial en el Imperio Romano. Como pagana sobresaliente y atípica mujer pensadora, Hipatia fue perseguida y silenciada de manera brutal. Esta película de Amenábar narra muy bien la fascinación de una mujer en la búsqueda del conocimiento, y su empeño en difundirlo, en medio de la absurda y limitada mentalidad que imponían el poder y el fanatismo.


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La expresión y el periodismo

El periodismo como tal es un ejercicio que se envuelve constantemente en la lucha por la expresión libre. En el cine es prácticamente un género definido el tema del periodismo y los casos más célebres que este oficio ha producido para dar a conocer la verdad simplemente porque se trata de un derecho humano. Una de las películas más populares de este género es sin duda Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), que trata la investigación y el escándalo posterior que produjo el trabajo de dos periodistas del diario Washington Post en 1974, el cual destapó la implicación de la Casa Blanca en un caso de espionaje y sus intentos desesperados por entorpecer la investigación judicial, y que además desencadenó la renuncia de Nixon como presidente de los Estado Unidos (el famoso escándalo Watergate). Tan sólo dos años después del caso real, el director Alan J. Pakula se atrevió a adaptar desde el testimonio de los protagonistas esta película que estudia tanto la ética como la vida del periodista convencido de que sin libertad de expresión no hay democracia, y no hay estado de derecho en el que algún medio de comunicación no vele por ello.


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La expresión y la comedia

Una sección aparte merece otra película norteamericana, de Bob Fosse, Lenny (1974), en la que un prodigioso Dustin Hoffman interpreta al comediante de Stand Up Lenny Bruce, un personaje ejemplar si se trata de hablar de la lucha de un artista contra la censura oficial pero también contra la hipocresía del conservadurismo de mente estrecha. Personaje real, Bruce sacudió a su país mientras hacía una comedia mordaz que señalaba sin filtro el racismo y la segregación, la mojigatería sexual y religiosa que caracterizaba a la mayoría de la población estadounidense de los 50 y 60. Su humor negro era franco y obsceno (nunca se limitaba con las groserías), y eso lo llevó a prisión en infinidad de ocasiones. Sí, lo arrestaban y multaban por decir la verdad y cosechar risas, por hacer comedia. Esta película retrata muy bien la decadencia que encontró Bruce mientras vivía para hablar como él quería, y cómo nunca se detuvo aunque encontró la ruina psicológica y personal en medio de una sociedad que no comprendió en vida su genio para el discurso disruptivo.


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La expresión y México

Lamentablemente nuestro país tiene una larga historia negra en relación a la libertad de expresión obstaculizada para el cine. Uno de los ejemplos más famosos es la obra de Julio Bracho La sombra del caudillo (1960), una adaptación de la novela homónima de Martín Luis Guzmán (también censurada en el país), que aborda la sucesión del poder después de la Revolución Mexicana. Aunque tuvo visto bueno para filmarse, para estrenarse de forma privada, e incluso para participar en el festival de cine de Karlovy Vary (República Checa) donde fue galardonada, en México escandalizó a un sector del Ejército que la hizo “enlatar” durante 30 años. Esta película, aunque cambia los nombres, hace una crítica clara a la continuidad de la corrupción en el Estado después de la guerra, señalando directamente al caudillismo de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Fue hasta 1990 cuando La sombra del caudillo pudo estrenarse en cines, pero con una copia de mala calidad pues se presume que la original fue destruida.

¿Fue este el capítulo más negro de la censura fílmica en México? Es difícil determinarlo cuando en pleno siglo XXI seguimos observando ejemplos de cómo la expresión del cine sigue siendo limitada, como lo muestra Presunto Culpable (2011), uno de los más destacados documentales mexicanos que vino a demostrar una de las verdades más incómodas en el país: las cárceles mexicanas se encuentran abarrotadas de gente inocente y el sistema penal mexicano es un fallo aberrante. La cinta sigue el caso de Toño Zúñiga, un joven tianguista de Iztapalapa que en 2005 fue detenido por policías judiciales sin orden de aprehensión ni pruebas, y acusado de homicidio calificado fue condenado a 20 años en la cárcel. Gracias al documental, Zúñiga obtuvo una nueva defensa y salió de prisión, pero ante el escándalo que despertó en la sociedad mexicana, sus productores Layda Negrete y Roberto Hernández han padecido desde la censura temporal de su filme, hasta la imposición de multas millonarias y, más recientemente, amenazas de muerte.