Por: Rebeca Avila

El confinamiento en el cine

El poeta Ricardo Reis, uno de los heterónimos del grande de las letras portuguesas, Fernando Pessoa, decía “Esta libertad sólo nos conceden los dioses: someternos por nuestra voluntad a su dominio. Más vale obrar así, pues sólo en la ilusión de libertad la libertad existe”. Si esta aseveración es cierta, podemos estar seguros de que vivimos para anhelar hasta la eternidad algo que no nos pertenecerá nunca. Y bien es cierto que la pretensión de libertad siempre está presente, pues el acto de desear cualquier cosa nos mantiene siempre aprisionados, ensimismados y lejos de la libertad en su totalidad.

Y qué pasa cuándo se nos aprisiona en cuerpo y mente y cómo reaccionamos ante el enclaustramiento; como en una escena de El ángel exterminador de Luis Buñuel, donde un grupo de personas una buena noche acude al llamado social de reunirse, lo que no imaginan es que esa prometedora velada se extenderá por días y que la casa elegante se volverá su prisión: tienen el deseo -desesperado- de abandonar el lugar, pero sencillamente algo se los impide. Dentro de la mansión, que en un principio ofrece a manos llenas bebidas y alimentos finos para los asistentes, el tiempo se tornará relativo, las acciones repetitivas y la pérdida de la cordura se apoderará de todos ante la imposibilidad de salir del encierro.

Explicaciones hay varias: una crítica social y política a la vida burguesa, la inmovilización de la sociedad ante su propio ritmo de vida que le impide liberarse de la prisión mental para el bien común, es una de ellas. Partiendo de esta idea abordada en el cine acerca del confinamiento, en este Top #CineSinCortes mostramos una breve selección de filmes que exploran diversos límites y perspectivas del aislamiento social.


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El encierro carcelario

Estar aislado en casa, con todas las comodidades, o incluso en una isla desierta, no parece tan malo ante la idea de ser un convicto. Vejaciones varias, falta de privacidad, violencia en todas sus formas. Por supuesto que la prisión es un castigo, donde no hay derecho a tregua. Sin embargo, no deja de ser quizá el peor infierno en la tierra. El apando (1975), de Felipe Cazals, es probablemente la cinta que mejor retrata la crueldad dentro de estos lugares, donde lo último que interesa es la reformación e incorporación de los reos a la sociedad, es el embuste más grande. El filme, que hace una dura crítica al sistema penitenciario mexicano y que está basado en la novela corta homónima de José Revueltas -escrita a partir de su estancia en Lecumberri-, debe su título a aquel oscuro cuarto, diminuto y húmedo, donde aquellos con mal comportamiento eran aislados, de manera individual o a veces en grupo, del resto de sus compañeros. A través de esta historia, que involucra el tráfico de drogas dentro del penal y del cual las esposas y madres de los presos forman parte, se puede sentir esa ansiedad e incomodidad que representa el encierro y cómo las personas pueden sacar su lado más salvaje en condiciones humanas deplorables.


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No todo es mejor con la familia

Los meses que dura el frío invierno, confinado en un hotel en receso vacacional y acompañado de tu familia, pudiera no parecer complicado. Pero cuando se involucran la frustración, la demencia y un lugar lleno de historias macabras, la situación puede tornarse escalofriante. Eso es lo que ocurre en El resplandor (1980), la adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick del bestseller de Stephen King. Jack Nicholson en uno de sus papeles más memorables, encarna a Jack Torrance, un seudo escritor atormentado por el fracaso que acepta un empleo de cuidador en un hotel que cierra totalmente sus puertas durante el invierno. Sin ninguna otra persona, más que Jack, su esposa y su hijo Dani, la misión no parece tener mayor problema y para el protagonista representa una oportunidad para inspirarse y escribir algo valioso. Sin embargo, el aislamiento y la incomunicación con el mundo exterior, lejos de traerle revelaciones sólo traen a flote lo peor de sí, desencadenando su ira y desprecio hacia su familia, y lo que en un principio solían ser sólo insultos, pronto se torna en una persecución ante la sed de asesinar. Por si la demencia y los demonios internos no fueran suficiente, a la historia se le agregan elementos paranormales como las perturbadas almas que habitan el hotel, víctimas de alguna muerte violenta, y un sexto sentido de Dani.


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En los confines del mundo

En 1801, en una isla remota cerca de Gales, dos cuidadores de un faro quedaron atrapados por meses, debido a una tormenta; ambos, de nombre Thomas, fueron víctimas del aislamiento y de la hostilidad que generó el reclamo por la autoridad. De este hecho parte la cinta El faro (2019) de Robert Eggers, en la que el folklor marinero se traslada a una isla cerca de Nueva Inglaterra donde un viejo hombre (Willem Dafoe) cuida en solitario la única propiedad de esa pequeña porción de tierra: un faro. Sus días consigo mismo parecen terminar cuando un joven (Robert Pattinson) es enviado a ayudarle durante la temporada de tormentas, donde dejados a su suerte en ese recóndito lugar, tendrán que aprender a lidiar con sus instintos animales, sus ímpetus sexuales y con cuestiones fisiológicas tan cotidianas como escatológicas. A pesar del aparente entusiasmo del viejo lobo de mar, la tregua y el asegurar una buena compañía quedan descartados en los primeros minutos. Aquí no hay ley ni manera correcta de hacer el trabajo, más que la del veterano wickie (encargado del faro). El joven, por su lado, no tiene otra motivación más que el dinero y espera salir pronto de ese enclaustramiento. Conforme la trama avanza los secretos son revelados, los demonios tratados de exorcizar, la cordura se torna nula dejando entrar a las alucinaciones y el tiempo se desvanece. La fotografía de El faro, en blanco y negro, formato más cuadrado que rectangular (1:19:1) y claroscuros que ofrecen escenas casi claustrofóbicas, hace que el peso de la película sea mayormente visual.


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Soledad no siempre es aislamiento

“Quien quiere poco, tiene todo; quien nada, es libre; quien no tiene o desea, hombre, es como los dioses”, continúa Ricardo Reis en su poema. En Capitán fantástico (2016) de Matt Ross, para Ben y Leslie Cash, criar a sus seis hijos apartados del mundo moderno y las banalidades que el capitalismo ostenta, fue el camino idóneo, hasta que ella muere. Desde la niña más pequeña de la familia, hasta el joven mayor con edad para entrar a la universidad, todos los integrantes de esta familia, aislados en un cabaña austera en medio de los bosques estadounidenses, sin televisión, ni internet, mucho menos redes sociales, han cultivado sus espíritus con la lectura; pueden recitar y explicar la Carta de derechos de los Estados Unidos; debaten sobre sus lecturas para asegurar el máximo entendimiento; saben técnicas de supervivencia y defensa personal; cazan su propia comida, porque nada es dado a manos llenas y toda recompensa implica un esfuerzo. Estos niños poseen un bagaje cultural, valores morales y condición física superiores a los de un ciudadano promedio, sin embargo, en el viaje hacia el funeral de la matriarca, descubrirán que no todas las herramientas les han sido dadas, pues al enfrentarse al mundo normal, descubren que el acto de socializar también es cuestión de aprendizaje y que toda la libertad que les fue dada intelectualmente desaparece cuando desean, desde el amor de otra persona hasta un pastel de chocolate.