Por: Arody Rangel

Las mujeres en la filosofía

La lucha por los derechos civiles de la mujer se remonta a principios del siglo XX -e incluso antes- dentro de fábricas en Estados Unidos, Alemania, Austria, Dinamarca, Suiza o la URSS montones de mujeres trabajadoras comenzaron a organizarse, salir a las calles y demandar públicamente el derecho al sufragio, a ocupar cargos públicos, a la formación profesional, a la no discriminación laboral, a su desarrollo íntegro como personas, en fin, demandaban su derecho a participar activamente en el ámbito social y político en igualdad con el hombre.

A un siglo de distancia, estas demandas aún están lejos de ser satisfechas por completo y se han sumado nuevas exigencias, hoy por hoy la más importante es la demanda de seguridad para todas y cada una de las mujeres y la impartición de justicia hacia los casos de violencia ‒que cada vez son más y cobran vidas‒. A pesar de esto y de la urgencia de atención y solución de la situación, se extiende sobre parte de la opinión pública el prejuicio de que las mujeres que exigen justicia y reclaman sus derechos son feminazis o que las mujeres violentadas se buscan lo que les pasa, estos y otros prejuicios revelan una peligrosa ignorancia, perjudicial por cuanto justifica un estado de cosas y prácticas inadmisibles.

A lo largo de la historia, no han faltado mujeres que han marcado distancia con el status quo, con lo que se esperaba de ellas por ser mujeres, y desafiaron la idea de que por naturaleza eran menos que los hombres, destacando en disciplinas intelectuales y artísticas; no obstante, muchas de ellas han sido borradas de los anales de la historia por bien de un sistema que busca justificar y perpetuar el dominio del hombre sobre la mujer (y sobre el orbe entero). La lucha de los llamados feminismos no sólo proyecta un futuro mejor para las mujeres al luchar por el reconocimiento de la dignidad de su persona, su libertad, seguridad e igualdad política, también busca reivindicar a aquellas mujeres enterradas en el pasado y dignificar su obra, darles el lugar que merecen en la historia. En esta ocasión daremos voz a las mujeres en la filosofía, una de las disciplinas más celosamente masculinas en la que, horadando, las mujeres se han hecho de un lugar.


Cínicas y astrónomas en la Antigüedad

Se dice que toda la historia de la filosofía no es más que un montón de notas al pie a la obra de Platón, y si se diera preponderancia a la figura de Diotima, la mujer que enseñó los misterios de Eros (el amor) a Sócrates y que están en la base del platonismo, ya se puede adivinar qué distinta sería la historia. En la misma Grecia que dio a luz a los grandes filósofos de la Antigüedad, al margen, en las calles, viviendo como perros, los cínicos señalaban el absurdo de todas las convenciones sociales y buscaban la virtud, el dominio de sí mismos, en la austeridad. A ellos se unió la joven y bella Hiparquía, quien rechazó a los ricos pretendientes para desposarse con Crates, el alumno y sucesor del más cínico de los cínicos, Diógenes; Hiparquía destacó con luz propia entre estos sabios de la Antigüedad y se jactaba de haber perseguido el saber y no bienes materiales (hacia los que supuestamente las mujeres son más débiles por naturaleza), mujer liberta e insurrecta.

En los últimos albores de la Antigüedad, en el siglo IV la ciudad de Alejandría en Egipto fue uno de los principales centros del desarrollo intelectual, eran los tiempos en que dentro del quehacer filosófico se incluía el cultivo de las matemáticas y de la naciente astronomía; en este contexto destacó Hipatia, hija de Teón, maestro en la biblioteca de Alejandría, de quien aprendió y con quien discutió las teorías de Euclides y Ptolomeo; a la muerte de su padre, Hipatia continuó sus investigaciones y destacó como mentora dentro de la escuela neoplatónica, sus discípulos procedían de diversos lugares y no obstante su diversidad cultural, religiosa y étnica, durante las clases se dialogaba pacíficamente sobre las diferentes concepciones filosóficas y astronómicas del mundo, así como sobre temas de ética y religión. Pero en las calles, los enfrentamientos entre paganos y cristianos se recrudecieron como consecuencia del nombramiento de Cirilo como obispo de Alejandría, cuyo contrapeso lo representaba el prefecto Orestes; debido a la cercanía entre Orestes e Hipatia, quien fuera su mentora y amiga, Cirilo inició una campaña de difamación hacia la primera astrónoma de la historia señalándola como una peligrosa bruja, como consecuencia una horda de fanáticos cristianos le arrebató la vida de forma infame a plena luz del día.


Racionalistas y liberalistas de la Modernidad

René Descartes es el padre de la filosofía moderna y de la geometría analítica, cuestión incuestionable de la historia del pensamiento, pero un hecho menos conocido de esa historia es que su crítica más tenaz fue una mujer, la princesa calvinista Isabel de Bohemia con quien mantuvo una íntima relación epistolar. Isabel advirtió que el dualismo que había instaurado el filósofo entre la mente y el cuerpo en sus Meditaciones metafísicas y en El discurso del método no quedaba resuelto como él suponía y le demandó directamente una explicación sobre cómo la mente puede ejercer su influjo en algo de naturaleza tan distinta a ella como el cuerpo; hay que buscar la influencia de esta princesa en las obras en las que el padre de la modernidad buscó dar solución a esta cuestión, los Principios de filosofía y el Tratado de las pasiones.

Un siglo después, en el lumínico siglo XVIII que vio sucederse, una tras otra, revoluciones inspiradas en las ideas que postularon la igualdad y libertad de todos los hombres; en ese mismo siglo se levantó la voz de la que se reconoce como la primera filósofa feminista, la inglesa Mary Wollstonecraft. En su inaugural obra Vindicación de los derechos de la mujer (1792), Mary extiende la exigencia del liberalismo de igualdad y libertad entre todos los hombres a la exigencia de igualdad y libertad entre hombres y mujeres; cuestiona la supuesta inferioridad intelectual de la mujer y defiende su derecho a ser reconocida como ente autónomo e independiente y a desarrollarse como tal, y no ya como el dócil objeto de deseo y compañía de un hombre.


Los feminismos

Hecho incuestionable de la historia, uno que no por fin no favorece al llamado sistema patriarcal: Simone de Beauvoir sentó las bases del feminismo, una de las filosofías más importantes de nuestros tiempos, en El segundo sexo. Muchas voces y plumas han seguido la pista de aquel señalamiento de la filósofa existencialista: que no se nace mujer sino que se llega a serlo, esto es, que no hay una naturaleza femenina en sí, sino que ésta se ha perfilado a lo largo de la historia, que es un constructo social y cultural que sólo ha buscado justificar y perpetuar el dominio del hombre sobre la mujer; y que es, como todos los constructos sociales, cuestionable y modificable.

Por la pluralidad de voces de mujeres, de las críticas, exigencias y análisis que han planteado siguiendo esta línea, hoy por hoy no se habla de feminismo sino de feminismos. Una de estas voces, si bien mediática también radical, es la de la estadounidense Judith Butler, quien en su libro El género en disputa (1990), señala que no sólo los roles de género, sino los géneros mismos, la misma diferenciación binaria de los sexos es una construcción social: ser hombres o mujeres no está determinado por nuestra naturaleza, nos han enseñado a ser así en un mundo que tiene por norma la heterosexualidad. En la actualidad, las voces de los feminismos abrazan otras minorías discriminadas por motivos raciales, clasistas o religiosos; su lucha y sus luchas buscan hacer efectivos los supuestos valores de nuestras democracias contemporáneas, según las cuales el poder político viene del pueblo, el Estado debe garantizar la igualdad y libertad de todos, y la razón más primordial de ser del poder político es velar por la seguridad de absolutamente todos… Será así o no será.