Por: Arody Rangel

El tiempo es vida y la vida reside en el corazón

“Existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana. Todo el mundo participa de ella, todo el mundo la conoce, pero muy pocos se paran a pensar en ella. Casi todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas. Esta cosa es el tiempo”.

Momo, Michael Ende


Productividad, una de las máximas del sistema contemporáneo que rige la economía, la política y, por supuesto, la vida de las personas. Por todos lados, en todas partes, la consiga es la misma: no desperdiciar un solo instante y producir, trabajar, generar, gastar, comprar, competir y así alcanzar el éxito, la fama o la fortuna, llegar a ser alguien en la vida. El ajetreo incesante de la ciudad y las exigencias del mundo apenas permiten que las personas se dediquen a sus seres queridos, familia y amigos, o a las cosas que les gustan, pero, ante todo, a sí mismas.

Imaginemos lo siguiente: que toda esta locura de la productividad y de no malgastar un solo segundo en cosas sin beneficio ‒económico, claro está‒ fuera parte de una gran estafa. Que hay unos hombres grises de cabo a rabo que trabajan para una tal caja de ahorros de tiempo, que un buen día llegan hasta nuestras casas o trabajos y nos muestran con cálculos precisos todo el tiempo de nuestras vidas que hemos malgastado y cuánto tiempo futuro mal invertiremos de seguir como hasta ahora; y que para nuestra suerte, estos hombres cenicientos tengan un plan de ahorro de tiempo que se ajuste perfectamente a nuestras necesidades: en realidad, dirán ellos, bastará con que uno deje de atender cosas infructíferas y ponga manos en ser eficiente, productivo.

Además, resulta que una vez que estos hombres grises nos convencen de emplear así nuestro tiempo, olvidamos haberlos conocido y haber cruzado palabra con ellos; entretanto, cada minuto que empleamos en alcanzar el éxito, la fama o la fortuna y que no destinamos a los que amamos y a lo que amamos, alimenta a estos hombres grises, ¡ellos viven del tiempo que nosotros ahorramos! La gente que ha caído en su trampa vive sin pasión y esperanza, estos hombres grises están detrás de aquellas ciudades que se han trocado completamente en hormigón y en las que las personas se dedican sólo a trabajar, a producir, o como se dice por ahí, a ser proactivos. Y llegados a un punto de progreso, a estos cenicientos seres no les basta con los adultos, van detrás de los niños, ya que el juego y el ocio infantil es para ellos una de las formas más inadmisibles de perder el tiempo; primero se aseguran de que los padres no pierdan ni un instante con sus hijos y después, de que esos niños apaguen su imaginación y se dediquen a aprender sólo aquellas cosas que podrán ser provechosas para su futuro, para que lleguen a ser alguien en la vida.

Llegados a este punto, resultará difícil no sentirse robado y, aún más difícil, creer que todo esto no es más que el argumento de una novela infantil y no una descripción casi precisa de la realidad. Aunque, el hecho de que sea parte de una historia fantástica no quita que pueda tener todo o casi todo que ver con la realidad. Por lo que toca a la historia fantástica, a la novela infantil, fue publicada en 1973 por el escritor alemán Michael Ende, quien goza de renombre por Momo ‒la novela de la que estamos hablando‒ y La historia interminable ‒cuya adaptación cinematográfica de 1984 fue y es muy popular‒.

Momo es una niña que un buen día aparece en las ruinas de un anfiteatro a las afueras de una gran ciudad, es huérfana y por lo que ella sabe siempre ha existido; además, tiene una capacidad excepcional de escuchar y con sólo hacerlo logra que las personas aclaren sus ideas, que los que se enemistan resuelvan sus diferencias, que en aquellos en los que la imaginación predomina ‒niños y artistas‒ ésta eche a volar y dé lugar a las creaciones más increíbles. Todo es felicidad hasta que un mal día los hombres grises llegan a aquella ciudad y comienzan a convencer a las personas de ahorrar su tiempo.

Debido a su don, Momo descubre la estafa de los hombres grises y se convierte en su principal amenaza. Cuadrillas y cuadrillas de grisáceos tipos van a darle caza, pero no lo logran pues, guiada por la tortuga Casiopea, Momo llega hasta el maestro Segundo Minucio Hora quien vive en la casa “Ninguna parte” en la calle “Jamás”. El maestro Hora le revela a la pequeña Momo los misterios del tiempo de los hombres y la realidad sobre aquellos hombres grises: su aspecto ceniciento se debe a que se alimentan de un tiempo muerto, pues al arrebatárselo a los hombres éste deja literalmente de latir; el corazón es el órgano con el que se percibe el tiempo, pues el tiempo es vida y la vida reside en el corazón; además, los hombres grises deben su poder y existencia ú-ni-ca-men-te al crédito que las personas les den, sin eso simplemente desaparecerían.

La revelación más importante que el maestro Hora le hace a Momo es esta: “Si los hombres supiesen lo que es la muerte ya no le tendrían miedo. Y si ya no le tuvieran miedo, nadie podría robarles, nunca más, su tiempo de vida”. Armada con todos estos conocimientos, Momo regresa a la ciudad y logra acabar con los hombres grises y su caja de ahorros del tiempo, y sus amigos, vecinos y todas las personas de la ciudad recobran sus vidas.

Por lo que toca a la vida real, no hay cosa tal como una caja de ahorros de tiempo y el tiempo, sin importar en qué lo empleemos, no se recupera jamás, pues ya ha pasado. Aquellos hombres grises que actúan sigilosamente sobre nuestras vidas y sorben de ella con avidez puede que sean en realidad los hombres del capital, cuyos intereses y riquezas se mantienen y engrandecen gracias a la productividad de las personas. Y aunque no hay una Momo excepcional que pueda ayudarnos a acabar con la estafa de los hombres grises, está esa novela fantástica que narra su historia; Ende la escuchó de un personaje bastante peculiar en un viaje en tranvía: el maestro Hora, ni más ni menos, que escondió en un libro para niños sus enseñanzas sobre la vida, que es tiempo.